Esta es una historia basada en hechos reales. Sucedió ayer por la tarde en dos viajes en autobús, uno de ida y otro de vuelta, cuando me dirigía a mi entrenamiento de baloncesto:
Como cada martes me subí al bus urbano número 21 de Zaragoza. Fui el único que se subió en mi parada, algo raro, pero la serie de cómicos sucesos empezó cuando el autobús volvió a parar. Una horda de trolls, perdón, señoras con un cardado muy fuerte, llenaron el vehículo, apenas había sitio. Las abuelas rodearon al joven yo, agarrado a una de las barras, para no caerse. Como si fuera un streaper, pero sin billetes, las señoras del fuerte cardado empezaron a meterle mano al joven yo. Casualidad, se puede pensar, pero algunos de esos tocamientos no eran para nada disimulados. Sudores fríos recorrían mi frente, también posiblemente por ir abrigado en el único sitio de Zaragoza que en febrero parecía verano. Finalmente conseguí zafarme de esta situación, pero aún quedaba el viaje de vuelta.
Era tarde y en el bus apenas había gente, por lo que me pude sentar en estos asientos de cuatro (dos hacia delante y dos hacia detrás) para estirar las piernas. Conmigo se subió un hombre extranjero, no llegué a adivinar su identidad ya que llevaba la cara prácticamente tapada y solo se le veían los ojos. Al poco de iniciar el viaje comenzó a tener una conversación por teléfono, cada vez más fuerte. Esa conversación era en el idioma materno del susodicho, pero insultaba al otro en perfecto castellano. Esto me hizo reír, pero el extranjero debió oírme, me miró y se me acercó. Mis músculos se endurecieron, quizás por el entrenamiento, no sé, pero finalmente el extranjero no me hizo nada, puede ser que solo quisiera pasear.
Me suceden tontunadas, luego soy más feliz.
Un saludo,
Servidor
Era tarde y en el bus apenas había gente, por lo que me pude sentar en estos asientos de cuatro (dos hacia delante y dos hacia detrás) para estirar las piernas. Conmigo se subió un hombre extranjero, no llegué a adivinar su identidad ya que llevaba la cara prácticamente tapada y solo se le veían los ojos. Al poco de iniciar el viaje comenzó a tener una conversación por teléfono, cada vez más fuerte. Esa conversación era en el idioma materno del susodicho, pero insultaba al otro en perfecto castellano. Esto me hizo reír, pero el extranjero debió oírme, me miró y se me acercó. Mis músculos se endurecieron, quizás por el entrenamiento, no sé, pero finalmente el extranjero no me hizo nada, puede ser que solo quisiera pasear.
Me suceden tontunadas, luego soy más feliz.
Un saludo,
Servidor